Centenario de la muerte del Padre Acevedo
Centenario de la muerte del Padre Acevedo
El antiguo y competente pedagogo Don José Coronas ha tomado sobre sus hombros la tarea ardua de escribir unos apuntes biográficos del que fue por muchos años celoso párroco de Manzanillo, Cuba: D. Francisco Pérez Acevedo. Fue en efecto el biografiado un sacerdote dignísimo que pasó por el mundo haciendo el bien, dejando tras de sí una estela de gratos recuerdos en la difícil misión de padre de almas. Dotada la suya de una fe intensa e inquebrantable no se dio punto de reposo por comunicarla a sus feligreses, hablándoles de continuo del cielo y de los medios para conseguirlo. A su palabra unía, en admirable consorcio, la práctica de las más hermosas virtudes sacerdotales: fue un particular amante del espíritu de pobreza y de la dulce virtud de la humildad: nada poseyó y jamás quiso ser otra cosa que párroco de Manzanillo en Cuba; siendo así que se le indicó para ocupar elevado puesto en justa recompensa a su labor apostólica; pero siempre supo huir discretamente de los honores, contentándose con lo poco. En Manzanillo, donde todos lo conocían suficientemente, no hay persona que deje de considerarlo corno un varón justo y apostólico según reza la lápida funeraria que cubre su sepulcro. Hay que suponer que el P. Acevedo poesía un alma heroica para soportar como soportó los rigores de los tiempos difíciles al frente de Manzanillo. La guerra, esa gran calamidad que de vez en cuando azota a los pueblos, lo encontró aquí, ocupado en su santa misión, sin que las diversas opiniones políticas le concitaran la antipatía de unos ni de otros: el P. Acevedo no era más que párroco de sus feligreses; y aunque naturalmente amaba a su patria, no se significó nunca como exaltado patriota. Su misión no era política sino apostólica; y los santos; ven siempre como colocadas en segundo término las cosas terrenas. Llegados que fueron sus últimos días supo aprovechar los dolores de la enfermedad para purificarse y dar ejemplo preclaro de paciencia a sus feligreses. Jamás se quejaba más de lo justo ni quiso molestar a nadie en la atención que necesitaban sus males. Casi siempre solo en su casa parroquial, daba consejos para conservar la salud a El P. Acevedo a los pocos años de ordenado sacerdote otros que no la tenian tan escasa como él; sin olvidar los verdaderos remedios espirituales que no cesaba nunca de prodigar como quien tenía siempre el pensamiento del Cielo. Prueba de la veneración en que se le tenía fue la imponente manifestación de duelo que se hizo durante estuvo de cuerpo presente y en la conducción de su cadáver al cementerio: concurrió el vecindario en pleno de Manzanillo sin exceptuar los que en materia religiosa pensaban de distinta manera que el buen párroco. Las autoridades de Manzanillo merecen bien de su pueblo, por la interpretación exacta que hicieron de los sentimientos de sus administrados en aquellos días cie duelo público, ordenando el cierre de los comercios para testimoniar el dolor que sentía la invicta ciudad por la desaparición eterna del hombre que la providencia le mandó para regir sus destinos espirituales. Muchísimo también merece este digno vecindario que así supo pagar los desvelos del sacerdote santo, acompañándole a pié hasta el Camposanto y depositando sobre su tumba las flores de sus afectos y las lágrimas de su pena.
El Señor Coronas ha querido conservar por escrito la memoria de tan venerado párroco; pero no dice todo lo que fue el P. Acevedo porque no ha pretendido hacer una biografía completa de su excelente amigo y padre espiritual, sino un pequeño bosquejo de fácil lectura para que la generación que nos siga en Manzanillo conozca por medio de estas páginas la santidad de un sacerdote que fue contemporáneo de sus padres y que de manera tan intensa contribuyó a la formación espiritual de esta ciudad, por espacio de muchos años.
El que estas líneas escribe, sucesor del P. Acevedo puede dar testimonio del orden en que ha dejado todas las cosas y de la pulcritud con que resplandecen las obras del llorado sacerdote; ni un detalle insignificante ha dejado de llamar su atención y todo lo ha dispuesto con exquisita prudencia. El grado de santidad sólo Dios lo conoce, pero nosotros podemos decir que fue un imitador del Cura de Ars cuya vida leía con frecuencia el P. Acevedo. A él pueden aplicarse aquellas palabras del santo Evangelio "Qui fecert et docuerit, hic magnus vocabitur in regno coelorun".
Alfonso Blázquez Cura Vicario de Manzanillo.
Nació este siervo de Dios en el pueblo de Villarmide de Galicia, España, a las dos de la mañana del día diez y siete de octubre del año 1861, siendo bautizado el mismo día en la parroquia de San Salvador de dicho pueblo, siendo hijo legítimo y de legitimo matrimonio de don Nicolás Pérez y de doña María Acevedo. Fueron sus padrinos el que era Cura Ecónomo de la misma parroquia presbítero Francisco José Pérez, tío carnal del bautizado y doña Nicolasa Pérez Fernández prima carnal del mismo. La vida de este siervo de Dios puede servir de modelo no sólo a los seminaristas y sacerdotes, sino también a religiosos, pues Monseñor Acevedo tenía un celo grandísimo por la salvación de las almas, era dado a la oración, aborrecía toda ostentación, era grande el respeto y obediencia a sus Superiores y su sumisión y respeto a la Santa Sede, frecuentemente se notaban en sus exhortaciones. Pero de un modo especial los señores párrocos hallarán en la vida de este celosísimo sacerdote un ejemplo que imitar en el desempeño de su Santo y Sagrado Ministerio.
No tuvieron los padres del pequeño Francisco gran trabajo en la educación de su hijo, pues su natural carácter y docilidad hacían que de buen grado se prestase a cuanto de él exigían los autores de sus días, quienes apreciando tan rara disposición, resolvieron dedicarlo a los estudios de la carrera sacerdotal que el devoto y aplicado joven abrazó con gran devoción y entusiasmo.
Los tres primeros años de Humanidades o latín los cursó con un notable profesor seglar, cursos que incorporó en el Seminario Conciliar de Mondoñedo, provincia de Lugo, donde cursó el Cuarto año, y tres cursos de Filosofía en los académicos de 1877 a 1881, todos ellos con la nota de Meritissimus (Sobresaliente).
Luego pasó al Seminario Conciliar de Oviedo, España, donde cursó 7 años de Sagrada Teología también con la nota de Meritissimus. Estos estudios fueron ampliados más tarde en el Seminario de Santiago de Cuba, donde aprobó también con notas de Sobresaliente dos años de Derecho Canónico. Carrera brillantísima de 16 años de estudios con notas de Sobresaliente.
Aquí se nos presenta el joven Francisco como un modelo de estudiantes. Por noticias que varios señores sacerdotes, que fueron sus compañeros de estudio, nos han dado, sabemos que el joven Acevedo era muy estudioso y revelaba talento nada común, como lo prueba su certificado
de estudios obteniendo siempre la nota de Sobresaliente (Meritissimus).
Su carácter apacible hacía que todos los seminaristas se consideraran honrados con su amistad. Acevedo era el primero en llegar cuando a un acto de comunidad se llamaba. Su atención y compostura en los actos religiosos indicaban lo que aquel joven había de ser cuando sacerdote. Obediente como el que más, nunca censuró los actos y órdenes de sus superiores.
Sobre todo, lo que nos da una prueba de la vocación de nuestro Francisco al sacerdocio, es que durante los últimos años de seminarista observaba y tomaba notas de todo aquello que luego pudiera servirle, y así nos hablaba de aquellas célebres Catequesis de Oviedo que tanto cautivaron su noble corazón.
Llegó por fin el día, tan deseado y al mismo tiempo temido, de su consagración sacerdotal; deseado para consagrarse al servicio del Altar y temido porque sabía la gran responsabilidad que con ello adquiría. El día 10 de enero de 1886 fue ordenado sacerdote por el Excmo. y Rumo. Señor Obispo de Oviedo, España, Fr. Ramón Martínez Vigil, y a los dos días de ordenado fue nombrado Coadjutor de la Parroquia Santa Eulalia de Oscos, Asturias, donde principió a ejercer su misión sacerdotal.
El 12 de septiembre del mismo año ya tenía organizada en aquella iglesia la Santa Obra del Catecismo, y fue tal el entusiasmo y atención que a esta obra prestó, que en la visita que el Exmo. Señor Obispo hizo al siguiente año, pudo nuestro entusiasta sacerdote presentar una Catequesis de 304 niños inscritos, quedando tan gratísimamente impresionado el Señor Obispo, que bendijo el celo de tan entusiasta como ejemplar sacerdote.
A fines del año 1889 vino el P. Acevedo a Cuba acompañado de otros señores sacerdotes hospedándose en el Seminario de Santiago de Cuba, donde yo me hallaba como seminarista interno, y desde cuya época conservé intima amistad con nuestro biografiado, y sobre todo durante los últimos 27 años que residimos en la misma ciudad compenetradas nuestras almas en el mayor cariño y familiaridad. Era Arzobispo de Santiago de Cuba el ilustrísimo señor don José María de Cos quien recibió del señor Obispo de Oviedo una comunicación donde decía. En el sacerdote Francisco Pérez Acevedo os mando un clérigo de un alma muy bonita.
No fue necesario sino conversar una vez con tan ejemplar sacerdote, para que todos los seminaristas quedáramos prendados de su persona y ejemplar conducta.
El día 26 de enero de 1890 fue nombrado Ecónomo de la Parroquia de Santa Susana del Caney con residencia en el propio Seminario. Con fecha primero de mayo de 1890 fue nombrado Cura Ecónomo de la Parroquia de Ascenso de San Juan de Bayamo, de cuyo cargo no llegó a tomar posesión.
En mayo de 1890 fue nombrado Teniente Cura de la Parroquia del Término de la Purísima Concepción de Manzanillo. En el mismo mes y por ausencia del párroco clon Ismel Bstard se hizo cargo de la propia Parroquia, recibiendo al mismo tiempo el nombramiento de Vicario
Foráneo del distrito. Con fecha 11 de diciembre de 1895 y vacando el cargo de Cura Ecónoma de Vicana el Ilmo. Señor Arzobispo hizo que el P. Acevedo se encargara de recibir el archivo e inventario de dicha parroquia, la que quedaba también a su cargo.
La guerra de Cuba que comenzó el 24 de febrero de 1895 y terminó el 12 de agosto de 1898 con el protocolo de la paz, firmado en Washington, sirvió para que se destacara la gran personalidad de tan virtuoso sacerdote.
Sabido es que toda guerra trae consigo infinidad de calamidades, entre ellas el hambre, la peste, la corrupción de costumbres y las intrigas más rastreras. El P. Acevedo ejercía una influencia decisiva sobre todas las Autoridades, quienes reconocían en él un consejero idóneo. Comenzó nuestro caritativo sacerdote por aconsejar a algunos cubanos que abandonaran el país, por saber que contra ellos algo se tramaba, como le sucedió al doctor Forment.
En varias ocasiones el Comandante Militar de la Plaza presentó, en consulta, a nuestro buen párroco unas largas listas de individuos cubanos y españoles; pero en su mayoría cubanos, denunciados como desafectos a España y auxiliadores de la Revolución.
¿Está Ud. seguro, le preguntaba el P. Acevedo, de que los hechos denunciados son ciertos ? Si entre los que cree Ud. que son culpable se encontraran algunos inocentes ¿no sería una verdadera, injusticia? ¿Se atreverían los denunciantes a tener un careo con los denunciados? No ve Ud. Que muchas de esas denuncias son anónimas?
Después, de estas y otras reflexiones, siempre, siempre terminaban estas entrevistas por romper las listas de denunciados, proporcionando con ello un gran servicio a muchas familias que de lo contrario hubieran quedado en el mayor desamparo y desolación.
El P. Acevedo era un español que honraba a su patria, y la quería como la puede querer el más patriota. Sentía sus desastres como el que más y tenía la virtud de no obrar a impulsos del apasionamiento, pues los que tuvimos la suerte de tratarlo sabemos que todo era bondad. Muchas, muchas veces intercedió en favor no sólo de cubanos, sino también de soldados castigados, y siempre su petición era atendida, pues como queda dicho, ejercía gran ascendiente sobre las Autoridades.
Estando presos los señores Juan Roblejo y Tano Guerra, se presentó al Juez Instructor de la causa solicitando su libertad, y éste teniendo en cuenta estas frecuentes visitas, llegó a decirle si también él era Mambí (desafecto a España) a lo que el padre Acevedo contestó. No vengo aquí, señor Juez, ni como cubano ni como español. Vengo tan sólo como sacerdote a pedir la libertad de unos hombres a quienes creo inocentes de lo que se les acusa. Y los presos fueron puestos en libertad. *
El P. Acevedo como a los 45 años de edad y cuyo semblante revela la bondad y hermosura de su alma.
Sabido es que las guerras privan, en las poblaciones, a los desheredados de la fortuna de muchas cosas que les son necesarias, y si a esto añadimos una numerosa reconcentración, la necesidad se siente en mayor grado. En estas circunstancias el caritativo párroco convocó a una reunión de damas, a las que habló con tal espíritu de caridad, que en la primera sesion quedó acordado el funcionamiento de una Cocina Económica con la que se remedió un gran mal.
Si grande se sintió la pobreza de mucha gente durante la guerra, ésta se intensificó en alto grado durante el tiempo que duró el Bloqueo de Cuba por la Escuadra Americana; pero también sirvió para conocer más y más lo que podía la caridad de un hombre extraordinario.
El P. Acevedo hizo de su casa una factoría, conteniendo sacos de arroz, cajas de tocino, barriles de galletas y otras mercancías en gran abundancia, y a la casa del párroco acudian diariamente muchos pobres que volvían a sus casas con el pan nuestro de cada día para al siguiente día recorrer la misma estación.
Nuestro precavido padre no se contentaba con socorrer a los que llegaban a su casa, él sabía que muchas familias se hallaban necesitadas y no salían a pedir, éstas eran objeto de su predilección.
El buen proceder y la caridad de nuestro buen párroco se conocían también en el campo revolucionario, así es que tan pronto las fuerzas cubanas se aproximaron a Manzanillo, los generales Rabí y Castro le rogaron aceptara confortable estancia entre ellos, para verse libre de los peligros de los bombardeos. Nuestro buen P. Acevedo, dándoles las gracias, les contestó no poder admitir su oferta, toda vez que sus servicios eran necesarios en la población donde constantemente era solicitado por sanos y enfermos.
Después de la Guerra volvió de nuevo a hacerse cargo de la parroquia de Manzanillo el Cura propio don Ismael Bestard y con fecha 9 de mayo de 1899 fu nombrado Cura Ecónomo de la iglesia de San Francisco Javier de Vicana con residencia en Manzanillo, el P. Acevedo.
Con fecha 26 de mayo de 1900 pidió permiso para trasladarse a España para atender a asuntos de familia, licencia que le fue concedida por 6 meses, terminados los cuales volvió a Manzanillo haciéndose nuevamente cargo de la Parroquia de Vicana con residencia en Manzanillo.
Suponiendo, con razón, de que al llegar de España se hallaria con escasos recursos, varias casas de comercio acordaron pasarle una mesada por tiempo indefinido; pero que el consecuente sacerdote renunció tan pronto pudo atender a sus necesidades, a pesar de las reiteradas instancias de sus favorecedores para que siguiera recibiendo el beneficio.
Por ausencia del Cura propio fue nombrado el P. Acevedo Vicario Foráneo de Manzanillo el 17 de Julio de 1901. La ciudad de Manzanillo carecía de colegios religiosos y el P. Acevedo trató de remediar esta necesidad y consiguió que las Siervas de María fundaran el colegio La Purísima Concepción, siendo competente directora Sor Mercedes Sánchez V.
En el año 1901 fue inaugurado este colegio que tanto contribuyó a la propagación de la educación y cultura de la mujer. De ese colegio salieron jóvenes tan bien preparadas que en exámenes para maestros obtuvieron el Tercer Grado, el superior que podia darse.
A este colegio dedicó nuestro párroco gran atención, y desde su principio figuró como profesor con gran acierto y competencia. Nunca olvidaremos aquellas fiestas, aquellas veladas donde la virtud y la inteligencia se reflejaban en aquella multitud de niñas y señoritas que debidamente preparadas se dedicaron unas a la enseñanza, siendo hoy la mayoría madres de familia, damas que prestigian nuestra sociedad.
Después que las Siervas de María dejaron su colegio, el P. Acevedo puso como directora a la competente señorita Caridad Sotto, que ya era profesora de dicho Plantel. Santo Tamás de Aquino
Otro plantel de enseñanza que se fundó al calor del P. Acevedo fue el colegio católico Santo Tomás de Aquino en 1902, cuyo director Señor José Coronas avezado en la enseñanza por haber sido director de Escuelas públicas, tanto de la Colonia como del gobierno Cubano, lo de progreso elevó a tal grado de progreso que fue, dentro del nuevo régimen, el primer colegio de la provincia que se incorporó como de Primera Clase al Instituto Provincial de Oriente.
De este colegio, que por algún tiempo fue subvencionado por el Ayuntamiento salieron Bachilleres pobres, que prestigio de esta sociedad. hoy doctores, son Santa Teresa de Jesús. Este colegio fundado y dirigido por la señorita Rafaela Bello, mereció siempre la estimación del P. Acevedo por su bella organización y espíritu verdaderamente religioso.
La señorita Bello que al mismo tiempo es presidenta de las Escuelas Catequísticas y de la Asociación de San Vicente, ha hecho de su colegio una institución de ciencia y virtud.
Fue fundado este plantel de enseñanza por la virtuosa señorita Micaela Escala que durante algunos años contribuyó poderosamente al fomento de la religión hasta que trasladó su domicilio a la Habana su directora. Con estos cuatro colegios se sentía muy satisfecho nuestro padre Acevedo, pues ellos contribuyeron siempre al esplendor de las funciones de la iglesia, al mismo tiempo que educan cientos de niños y niñas científica y religiosamente.
El Pbro. Don Ismael José Bestard le cogió su última enfermedad en Santiago de Cuba, y pocos días antes de morir llamó al ilustrísimo Señor Arzobispo Monseñor Bardana, a quien le manifestó que moriría tranquilo si le prometía nombrar sucesor suyo al P. Acevedo. Puede usted morir tranquilo, amado, que no tengo otro candidato que el suyo, le contest Monseñor Bardana.
Con fecha 15 de febrero de 1905 fue nombrado Cura Ecónomo de la Parroquia de la Purísima Concepción de Manzanillo y Vicario Foráneo de la misma y su jurisdicción por fallecimiento del P. Bestard para traer al papel la brillantez y celo con que nuestro buen P. Acevedo desempeñó su cargo de Párroco, se necesitaría una inteligencia superior a la mía, un gran conocimiento de las cosas de la Iglesia y una espiritualidad que yo no poseo; pero aunque de un modo desaliñado, pondré a contribución mi buena voluntad.
Ya en el año 1894 había fundado el Apostolado de la Oración que no tardó en contar con numerosos coros y con activas y entusiastas celadoras que promovieron la devoción al Sagrado Corazón, e hicieron que las fiestas religiosas se celebrasen siempre con gran solemnidad sobre todo las que al Deífico Corazón se referían.
Tan pronto se hizo cargo definitivamente de la parroquia, no pensó en otra cosa que en fundar las asociaciones religiosas que él consideraba necesarias, tanto para propagar la devoción y fe, como para tenerla viva y aumentarla en los católicos de acción que en gran número lo rodeaban, y comenzó por lo que siempre llamó poderosamente su atención, Por los niños, por los que siempre tuvo gran predilección.
Ya queda indicado la Catequesis que allá en España organizó tan pronto fue ordenado sacerdote. Sabía muy bien nuestro buen P. Acevedo que la mayoría de los niños crecían sin la menor noción religiosa, sin conocimiento alguno de Dios y a la fundación de escuelas catequísticas puso toda su atención. Por suerte contaba ya con un buen grupo de señoras y señoritas suficientemente capacitadas para esta enseñanza, y por su parte preparó otras muchas hasta que pudo contar con número suficiente para las escuelas creadas y fundar otras nuevas, hasta que todos los barrios estuvieran bien servidos.
En estas escuelas adquiere el niño el conocimiento de cuanto necesita para ser un buen cristiano, y al mismo tiempo se le educa para que cuando mayor pueda cumplir sus deberes civiles y religiosos. Todas las semanas se reparten prendas de vestir, juguetes y algún metálico, y por las Pascuas se le hace un gran regalo, ¡Con cuánto amor, cariño y dulzura trataba siempre, nuestro bondadoso P., a los niños!
Podemos afirmar, que la obra de la Catequesis fue la predilecta de nuestro queridísimo párroco, y que su mayor contento era el instruir y estar con los niños. ¡Qué cuidado y devoción tenía en prepararlos para la Primera Comunión! ¡Nunca la iglesia se adornaba con mayor suntuosidad que para la celebración de dicha fiesta, que siempre resultaba de gran devoción y entusiasmo.
Fundada esta asociación, progresivamente llegó a tal número de asociadas, que llamó la atención del pueblo ver a tanta joven frecuentar nuestra iglesia dando realce a las funciones religiosas. En determinadas procesiones, las largas filas de Hijas de Maria atraían las miradas del público que no se cansaba de contemplar tanta belleza, unida a tanto recato y devoción.
El P. Afevedo consiguió que las Hijas de María asistieran a la iglesia y se acercaran a la Sagrada Mesa con debida modestia y compostura en su interior y en su vestido.
San Vicente de Paúl, aquel santo todo humanidad y caridad tuvo en el P. Acevedo un fiel y devoto admirador, quien a impulsos de su caritativa alma fundó esta asociación, que tanto y tanto bien está haciendo, que tantas necesidades cubre, que tantos dolores mitiga, y que a tantos enfermos socorre y visita
Muchas personas contribuyen mensualmente con alguna cantidad para atender a estos necesitados; pero muchas más podrían hacerlo, y creo que lo harían si por un momento vieran o se dieran cuenta de tanta lástima y necesidad habida fuera es entretenimiento y lujo.
Todo ciudadano de mediana posición debe dedicar algo para socorrer a los pobres; no basta con la limosna que alguna vez damos a algún pobre ambulante, debia ser una cantidad determinada, y pocas veces mejor repartida que subscribiéndose a esta simpática asociación, donde cariñosas y caritativas damas remedian verdaderas necesidades.
Aquí tenemos la manera de cumplir aquello de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha.
Antigua fachada de la Iglesia.
La de Nuestra Señora de la Caridad.
La de Nuestra
Señora del Carmen.
La Asociación Eucarística.
La del Niño Jesús de Praga
La de Pagés del Santisimo.
Grandes, y por mucho tiempo fueron los deseos de P. Acevedo verse rodeado de una Asociación de caballeros, y aprovechando una de las Visitas de nuestro Arzobispo Monseñor Félix Ambrosio Guerra y Fecia, resurgió tan deseada como importante y necesaria asociación. Estos buenos chiballeros despreciando el ridículo que dirán, asisten a la Santa Misa y muchos cumplen con el Precepto Pascual.
Durante la época que esta terrible epidemia azotó la Isla de Cuba, Manzanillo fue uno de los pueblos más castigados, siendo horrible y numerosa la mortandad de vecinos de todas las clases sociales.
Para evitar mayor contagio y socorrer verdaderas necesidades, surgió la iniciativa particular de un numeroso grupo de caballeros, que debidamente organizados y con una actividad y caridad digna del encomio, atendieron con ropas, medicinas, efectivo y cuerpo médico al socorro de los vecinos más necesitados. En esta humanitaria obra se invirtieron algunos miles de pesos. Esta epidemia dio lugar también a poner de manifiesto la caridad y celo de nuestro párroco.
También él organizó un grupo de abnegadas, valientes y caritativas señoras y señoritas, que despreciando la muerte y dirigidos por el P. Acevedo, visitaban y asistían a los pobres enfermos, invirtiendo en ellos grandes cantidades de ropa, medicinas y dinero, agotando en obra de caridad, no sólo las cantidades que nuestro párroco recibía para este fin, sino los fondos de que disponían las asociaciones religiosas.
El P. Acevedo en sus diez últimos años cuyo semblante revela la vida de verdadero sacrificio
En cumplimiento de su cargo como
Párroco ejemplar
Al mismo tiempo que el socorro, estas celosas señoritas llevaban al enfermo el aliento y consuelo espiritual, resultando de ello que nuestro buen párroco no tuviera un momento de descanso, visitando enfermos y administrando sacramentos a todas horas. De este continuo contacto con los enfermos, resultó que nuestro queridísimo P. Acevedo adquiriera, por contagio, la terrible enfermedad, que varios años después acabara con tan necesaria y preciada existencia.
Una vez nombrado párroco de Manzanillo, por muerte del que la tenía en propiedad, y no abrigando su bendita alma aspiración ninguna de mayor engrandecimiento, se consagró por completo al embellecimiento y limpieza de la iglesia, de la casa donde mora Nuestro Divino Redentor.
En esto de la limpieza del templo, tanto de los altares como del pavimento era una cosa notable. Inspector de higiene hubo que manifestara ser el templo de Manzanillo el más limpio de la República.
Cuando por primera vez visitó a Manzanillo el limo. señor Arzobispo Monseñor Félix A. Guerra, y tratando del orden y limpieza de la iglesia (a mí mimo dijo: Señor Coronas, después de visitar las iglesias del Arzobispado, la de Manzanillo me parece como un oasis en medio del desierto. Era hasta escrupuloso en esta limpieza, y frecuentemente se le veía por la mañana temprano con su recipiente y esponja en la mano, limpiar las pilas de agua bendita o manejar el plumero.
En cuanto abría las puertas, que lo hacia él y muy temprano, todo lo observaba y corregía si algo había que modificar si veía alguna deficiencia en altares y bancos.
Cuando después de las funciones de iglesia, fueran de día o de noche, quedaban el templo y muebles enlodados o sucios, todo, todo se limpiaba al momento, de modo que al abrirse de nuevo la iglesia todo se hallaba decente y ordenado.
Su despacho, biblioteca y archivo eran un primor. En todo resaltaba el gusto más exquisito. Todo lo tenía debidamente ordenado. En ornamentos sagrados está bien provista la iglesia de Manzanillo, pues hay suficientes albas, casullas, paños, manteles, candelabros y ramos de toda clase con que adornar los altares. En paños y casullas los hay muy buenos, confeccionados y regalados por los colegios católicos.
El decir la santa misa era para nuestro párroco algo de lo que no podía ni debía prescindir. No había cansancio, fatiga ni enfermedad creyera dispensad tene de la piana masque el dento Plenos de se respecto al confesionario, pues nunca comenzaba la misa sin antes sentarse en el confesionario, aunque pareciera que nadie lo aguardara; y los primeros viernes, primeros y cuartos domingos en los que las confesiones son más numerosas, desde muy temprano se hallaba en el confesionario con objeto de que la misa comenzara a su hora, pues sentía mucho que el público esperara.
De cuando en cuando traía algún confesor extraordinario. Siempre por Semana Santa traía algún religioso. Durante el sacrificio de la misa su modestia, devoción y pausados movimientos infundían un santo recogimiento en los fieles que le observaban, y cuando en sus manos tomaba la custodia para bendecir al público, parecía como extasiado. Una vez que dando la Sagrada Comunión cayó una Forma al suelo prorrumpió un jay! tan tierno y lastimoso, que infundió gran devoción en los que estábamos presentes.
Para dar una idea de la vida de sacrificio de este santo sacerdote, y de su devoción a la Santa Misa y confesionario, bastará conocer el caso siguiente. Un día temprano, como de costumbre, en que yo iba a la iglesia, vi a nuestro sufrido P. Acevedo en la esquina del templo; llegado a donde él estaba, conocí que ni voz tenia para llamar un cochero que lo condujera a la capilla de las Siervas de María para darles la Santa Comunión.
No quise dejarlo solo, lo acompañé con el asombro consiguiente al verlo con una gran hemoptisis casi sin respiración; con gran dificultad subió algunas escaleras y dio la Comunión. De vuelta a la parroquia, me apresuré a decir a los que rodeaban el confesionario se retiraran que el P. Acevedo se hallaba enfermo; pero él los llamó, confesó y dio la Comunión disponiéndose a decir la misa. Yo que le ayudé, creí por momentos que no podía continuar, pues los accesos eran continuados, y apoyándose al altar apenas si podia hacer una mediana genuflexión. Por fin se acabó la misa y se acostó, y aunque se temió muriera de un momento a otro, llegó a mejorar y trabajar como siempre por algunos años más.
Nunca de su boca salió una palabra que indicara presunción o alabanza personal. Ponía especial empeño en ocultar todo aquello que a su persona pudiera dar algún prestigio, y si algunas fotografías de él conservamos, son tomarlas de grupos que en algunas fiestas se sacaron. Su humildad siempre fue manifiesta.
De la pobreza de este siervo de Dios mucho podríamos decir, y de ello nos darán una idea sus mismas palabras. Señor Coronas, me dijo varias veces, lo que el sacerdote gana, después de cubrir modestamente sus necesidades, es de los pobres.
Para mí, creo no equivocarme, este desprendimiento del dinero y el tener libre su alma de todo afecto desordenado y material, fueron la base de su vida espiritual y ejemplar, y como cumpliendo el evangelio no se ocupaba ni pensaba en su porvenir, nunca le faltó nada.
Sus amigos, que eran muchos, viéndolo delicado, le instaban a que se trasladase a España por algún tiempo, que todos los gastos y estancia allá le serían pagados; pero el sufrido sacerdote nunca aceptó tal proposición.
Durante su última enfermedad le hizo una visita el Doctor Amado León, que era Alcalde Municipal, y le dijo: Padre Acevedo, vengo a visitarlo, no como médico, sino como amigo; pero me ha manifestado mi amigo y compañero el doctor Codina que a usted le conviene hacer un viaje, y vengo a decirle que escoja usted el día que quiera embarcar
sin preocuparse de todo lo demás.
Y qué decir de la caridad, de este corazón de oro. Esta virtud teologal era poseída y practicada en alto grado por el P. Acevedo. De él puede decirse que consagró su vida a la práctica de las obras de misericordia. Nadie llegaba a su casa en demanda de una limosna que no fuera socorrido, e imitando al ángel de la caridad, a San Vicente de Paúl, tenía una lista de pobres vergonzantes a los que socorría con gran solicitud y largueza; pero su caridad favorita era socorrer a aquellas jovenes, que conservándose honradas, su pobre trabajo no les alcanzaba a cubrir sus frugales necesidades.
Ahora bien, ¿De dónde sacaba el P. Acevedo el dinero para socorrer tantas necesidades, para hacer tanta limosna? Del producto de la iglesia no podía ser, pues sus entradas son pocas. A impulsos de su gran caridad, su bendita alma se sentia adolorida al ver. a muchos de sus feligreses apartados del camino de sus deberes religiosos, a éstos por medio de una proclama que en hojas sueltas se repartieron con profusión, en la ciudad y en el campo, aconsejaba y rogaba a que todos legalizaran también su estado ante la Iglesia, pues el estaba dispuesto a bautizar y casar sin cobrar nada a todo el que lo lamase a cualquier hora y lugar. Sabemos que muchos atendieron al deseo de tan celos como desinteresado párroco.
Si así podemos llamar a la habilidad o virtud de tratar a los demás de modo que todos queden satisfechos, bien podemos decir que este don lo poseía nuestro biografiado. Con decir que no tenía enemigos queda dicho todo.
Hombre de gran cultura, sabía adaptarse al temperamento y estado de los demás. Triste con el triste, alegre con el alegre, y siempre dispuesto a servir a todos, no había nadie que no quedara prendado de su afable conversación.
Su gran prudencia y sociabilidad hacían que a todos recibiera con los brazos abiertos, fueran del modo de pensar que fuesen, a todos trataba con igual afecto, con idéntico cariño, y de este modo de proceder resultaba que todos quedaban contentos y satisfechos.
Nuestra iglesia, si bien el interior había sido notablemente modificado por el nuevo párroco, su exterior presentaba un aspecto muy distinto y únicamente debido al prestigio y al cariño que el pueblo en general profesaba a su párroco, pudo hacerse una obra que costó $ 24.000.
Se nombró una comisión de caballeros. Se hizo una colecta entre todas las clases sociales y se reunió la cantidad ya indicada. Frente a la antigua iglesia quedaba un espacio como de cuatro metros, que al fabricarse la nueva y elegante fachada fueron tomados y con ella agrandado nuestro templo.
Reconociendo Monseñor Ernesto Filippi, Administrador Apostólico de la Archidiócesis, el saber, virtud y prudencia de tan esclarecido sacerdote, le nombró su consejero en los asuntos relacionados con el gobierno del Arzobispado
El doctor Francisco de Paula Barnada y Aguilar, Arzobispo de Santiago de Cuba, teniendo en cuenta la ilustración, celo y demás circunstancias que tanto enaltecían al P. Acevedo, lo nombró Censor Eclesiástico de todo cuanto directiA o indirectamente se relacionara con la Religión y con los venerandos dogmas y enseñanzas de nuestra infalible maestra la Santa Iglesia Católica
_La Colonia Española, Centro de Beneficencia, Instrucción y Recreo, le nombró Socio de Honor atendiendo a los grandes merecimientos por sus servicios y donaciones en pro de la Institución.
El Liceo de la Raza le nombró Caballero o Comendador de la Orden de Cristóbal Colón.
_Por espacio de algunos años publicó nuestro párroco una linda revista,
"El Granito de Arena", publicación que le valió muchas felicitaciones y algún diploma como paladín esforzado en mantener y defender las verdades y causa de nuestra Santa Religión.
Vacante el Arzobispado de Santiago de Cuba, por muerte del doctor e Ilustrísimo Señor Francisco de Paula Barnada y Aguilar, el Sumo Pontífice quiso encumbrar a tan alta dignidad a nuestro P. Acevedo, nombramiento que hubiera sido bien recibido por todo el clero conocedor de la virtud de nuestro párroco; pero no hubo modo de vencer la humildad y modestia de tan santo sacerdote.
Vacante el Obispado de Matanzas, por renuncia de Monseñor Carlos Warren Courrier, al P. Acevedo se le rogó fuera a hacerse cargo de la Administración del mencionado obispado; pero nuestro buen párroco, que no ambicionaba ostentación ni brillo de ninguna clase, rehusó tal designación. Tanta virtud, tanta humildad, tanto desinterés y tan rara modestia fueron premiados
por el Soberano y Sumo Pontifice nombrándole Prelado Doméstico de su Santidad.
La vida de verdadero sacrificio y dedicación completa al ejercicio de su sagrado ministerio fueron minando la salud del P. Acevedo, debido en gran parte a lo poco que se cuidaba por no molestar a nadie, y sobre todo por atender al servicio de la parroquia, pues como queda dicho, con gripe y fiebre decía misa y suministraba sacramentos, que no dejó de hacerio con toda regularidad hasta pocos días antes de morir.
El día anterior a su muerte pidió se le administrara la Sa grada Comunión, por Viático, que recibió de manos del P. Alcubillas con muestras de grán devoción. El día de su fallecimiento lo pasó hasta el mediodía con todo su conocimiento y lucidez de espíritu. Adelantada la tarde cayó en una especie de sopor, que aunque tranquilo y apacible, llenó de tristeza a cuantos lo rodeaban y atendían, siendo las 9 de la noche cuando vino a pronunciar con claridad las últimas palabras, y como a las once y cuarenta minutos del día 25 de marzo de 1924, la hermanita, Sierva de María, que lo asistía, nos avisó a algunas señoritas y caballeros que en la sala estábamos que al P. Acevedo le había dado como un sincope.
Corrimos a su lecho; el P. Alcubillas rezó las preces recomendación del alma, y nuestro buen párroco entregó su espíritu al Señor como a las once y cuarenta y ocho minutos de la noche, día de la Anunciación de Nuestra señora.
A muchos hemos visto morir; pero confesamos en honor a la verdad, que nunca hemos visto morir a nadie con tanta tranquilidad, su boca y ojos cerrados y con un semblante que aparentaba un sueño, recostado sobre unas almohadas inclinó la cabeza y murió
Todos nos postramos de rodillas; las lágrimas fueron abundantes, y en alguien hubo la idea de si rogar por el alma del que acababa de morir, o de encomendarse a tan virtuoso varón.
Todo se dispuso, y nuestro difunto, en lujoso sarcófago fue colocado en suntuoso túmulo en el centro de la iglesia, donde hasta el momento de su conducción al cementerio se sucedieron las guardias de señoras, señoritas y caballeros de todas las clases sociales.
Al amanecer el día, la noticia cundió por toda la población, y sus habitantes en grandes masas acudían a la iglesia para darse cuenta de tan triste realidad. El comercio, la banca y oficinas públicas todas amanecieron y permanecieron cerrados durante todo el día.
Es cierto que en Cuba no tenía ningún familiar, pero no lo es menos que muchas, muchísimas señoritas, señoras y caballeros lloraron, lo
lloran y seguirán sintiendo por mucho tiempo la muerte del P. Acevedo, cuyos restos esperan sean depositados en la iglesia de sus amores y desvelos.
El Entierro.
Hermoso, difícil.de describir el aspecto que presentaba la Iglesia, la plaza y sus alrededores al salir de la Iglesia el cadáver, el pueblo, la mayoria de él se hallaba presente. Organizado el entierro, marchaban al frente la Banda Municipal, policía, los colegios católicos Santo Tomás de Aquino, La Purísima Concepción y Santa Teresa. Seguía les el Clero con cruz alta, el señor Alcalde Municipal, Ayuntamiento, jueces, foro, sociedades de recreo, Hijas de María, Siervas de María y numeroso pueblo que se disputaba por cargar tan queridos restos.
En la salida de la población se trató de que los niños regresaran a sus casas porque la distancia al cementerio era larga, cosa que no pudo conseguirse, pues todos ellos querían formar parte del cortejo fúnebre. Sin medir la distancia, la peregrinación se hizo a pie. Llegados al cementerio fue casi imposible sostener el orden, toda vez que todos deseaban presenciar la inhumación del querido y llorado P. Acevedo. Un P. Capuchino, de la residencia de Bayamo, dirigió la palabra al acompañamiento, alabando la labor y personalidad del fallecido, arrancando del público lágrimas y recuerdos imperecederos.
Que el duelo fue general, lo demostró el que durante varios días no se tocó un piano en toda la ciudad, que el día 27 no hubo retreta y que se suspendieron varios bailes que estaban anunciados para los días 29 y 30. A continuación consignamos, además del edicto del Señor Alcalde, algunos párrafos entresacados de lo mucho que se publicó con motivo de la muerte del P. Acevedo, y cuyo mérito está en que han sido escritos algunos de ellos por personas refractarias a la religión.
ALCALDIA MUNICIPAL
ALCALDIA MUNICIPAL DE MANZANILLO.
MONSENOR FRANCISCO CURA PARROCO PEREZ ACEVEDO DE ESTA CIUDAD
HA FALLECIDO
Y el que suscribe, en consideración a los merecimientos y relevantes Virtudes del finado: Ruega por este medio al Comercio que cierre las puertas de sus establecimientos mientras permanezca insepulto el cadáver, e invita a las autoridades, corporaciones, Prensa y Pueblo, en general, para que asistan a las honras fúnebres y al entierro que se efectuará a las cuatro de la tarde de hoy.
Manzanillo, 26 de marzo de 1924.
Manuel Ramírez León.
Alcalde Municipal.
"El Padre Acevedo ha muerto: su modestia fue ejemplar; su virtud fue constante, sin que jamás nube alguna viniera a empañarla; su bondad y su caridad ilimitadas enjugaron muchas lágrimas y remediaron _sin ruido ni vanidad_ infinitas necesidades. Ha muerto nuestro Cura; ha muerto nuestro Padre Acevedo, faro luminoso de moralidad; ha muerto un hombre _que por la santidad de su vida_ ha honrado y glorificado a Manzanillo. Manzanillo está de duelo; Manzanillo está de luto; Manzanillo llora y llorará por mucho tiempo la irremediable pérdida de su Sonto Cura, de su Santo Padre Acevedo. Manzanillo, justo es, sabrá por medio de alguna obra que hable permanentemente a las generaciones venideras_ perpetuar la sagrada memona de su Santo Cura.
El comercio cerró sus puertas voluntariamente y lo mismo hicieron los bancos; las sociedades enlutaron sus fachadas. La ciudad aparecía quieta, sin ruidos; fue el de ayer un verdadero día de duelo, sin tráfico, sin que un piano rompiera el silencio en que permanecía sumida la población.
Solo el triste son de las campanas de la Iglesia Parroquial vibraban lentamente, cual llanto continuado de la Iglesia por el mejor de sus Pastores.
(De "La Montaña".)
"Tratase de la muerte del Párroco de Manzanillo, Monseñor Francisco Pérez Acevedo, varón verdaderamente apostólico, párroco ejemplarísimo, celosísimo en el cumplimiento de su deber sacerdotal, de carácter apacible y bondadoso para con todos, amante de los niños, a los que sabía atraer con la dulzura de su palabra e instructivas anécdotas. Entre otras virtudes, poseía una caridad sin límites, pues en alto grado desprendido, nada tenía, nada guardaba ni le preocupaba el porvenir, y tan sólo ansiaba remediar las necesidades ajenas".
(Corresponsal del "Diario tle ia Marina")
"La desaparición, la ausencia eterna de Monseñor Acevedo, deja un inmenso vacío que con dificultad logrará llenarse.
El, en su vida de santo, supo consolar muchas tristezas, enjugar millares de lágrimas y proporcionar alimentos a muchos estómagos lacerados por el hambre.
Todos cuantos acudieron a él en demanda de algo, sin duda alguna salían satisfechos. Él era generoso, espléndido por demás. Tratándose del bien, jamás supo negar nada. Lo que con una mano recibía con otra, grandes obras realizaba.
Muchas veces dejó su mesa sin pan por ponerlo en manos menesterosas. El día que mayor número de necesidades había atendido era el en que su semblante aparecía más lleno de satisfacción y alegría. Porfirio dé la Riega ("La Tribuna.)
A los miembros de esa Iglesia, va nuestra más sincera condolencia.
("La Defensa".)
Puede decirse, sin incurrir en exageración, que ha desaparecido para siempre uno de los hombres más virtuosos del presente siglo. Hombre de claro talento; de extraordinaria cultura; de una vocación sin flaqueza a la causa ignorado en Manzanillo cuando tenía derecho a los mayores del catolicismo, que a sus excepcionales cualidades, a su severo concepto de la moral a la práctica constante de todas las bondades, unía una suprema modestia que lo llevó a vivir casi honores y podía haberse destacado en las más elevadas posiciones eclesiásticas.
Era Prelado doméstico de su Santidad; fue candidato al Arzobispado de Santiago de Cuba a la muerte de Monseñor Barnada; recientemente no lo consagraron Obispo de Colombia porque su salud estaba ya muy quebrantada por la enfermedad que lo llevó al sepulcro. Y ese hombre virtuoso, ese Sacerdote que ofreció a su Dios una vida dedicada a la práctica de buenos ejemplos, era sencillo, modesto, humanitario, tierno y cifraba su goce mayor en llevar consuelos a las almas prisioneras del dolor y alientos y ayuda material a los pobres, a los humildes a los desvalidos, a los que necesitan junto con una oración un pedazo de pan y con una palabra de cariño unos cuantos centavos que les permitan atender apremiantes exigencias de hogares miseros donde todo falta
En Manzanillo deja el venerable sacerdote discípulos que continuarán su obra piadosa y cristiana.
Sebastián Planas fue el Sacerdote ejemplar por excelencia, trabajó con celo apostólico por el bien de sus feligreses. Las preclaras virtudes que ejercitaren grado heroico nos aseguran que fue un Sacerdote Santo, verdadero imitador de Jesucristo, motivo por el cual hemos de esperar que ya haya recibido el premio eterno; a pesar de eso lo recomendamos a las oraciones de nuestros lectores.
("Hojita Parroquial".)
Y allí bajo las llamas oscilantes de los cirios le vimos por última vez, entre luces y flores, al tributarle el postrimer adiós! ¡Cuán dolorosos los gritos que ahogaban nuestros labios! ¡Cuántos ayes sofocados ante el querido despojos! ¡Cuántas lágrimas vertidas y cuán amarga la desolación que su muerte ha dejado en cada alma!
"Florinda Aza Montero"
Panteón donde se hayan sus restos hasta que sean trasladados a la iglesia de sus amores y desvelos.
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